8 de Noviembre de 2010

Las emociones encontradas siguen en mí. De joven mi tío solía decirme que siempre iba “con el lirio en la mano”. Sé que es mi testarudez, jamás he renunciado, sigo creyendo en las personas, y son los momentos como éstos los que le otorgan a cada uno un espacio adecuado.

Uno ha de enfrentarse a sí mismo, esta experiencia te mide en la capacidad de dar y recibir. Agradezco a la vida la cordura de estos momentos y saber que ahora mi vida está compartiendo destinos, abrazos y sentidos.

Quiero desterrar de mi mente dudas, porque la mente es muy hija de puta, cuestionando rozando el límite de lo que vivo. ¡Ya no más!. Sentir simplemente lo que sucede, eso es todo.

Ayer compartí la mirada cómplice de mi abuela, 89 años, su mirada construida por los puñales de lo vivido, ojos llenos de cicatrices que sintetizan su historia, sus momentos. Una guerra, una posguerra, sus ojos vieron lo que para muchos no se puede ver y sentir. Un exilio, miseria, la derrota. Su voz retumbó en mi poderosamente “qué li pasa a la meva nena?” ¿qué le pasa a su nena? No necesitamos palabras, nuestro abrazo lo expresó todo. Un abrazo que mi piel jamás olvidará, el perfume de una sobreviviente de unos tiempos que muchos no merecieron, pero muchos al igual que ella superaron.

La guerra destrozó los hogares y dejó al borde de la locura a muchos de los que lucharon, no importa el color. Todavía recuerdo cuando mi abuelo me explicó que el Ebro después de la batalla se pudo cruzar sin necesidad de puente alguno, “los mismos muertos eran las piedras que te conducían de orilla a orilla” me contó, yo tenía 15 años.

Mi abuela ha sobrevivido a muchas batallas, me contagia su fuerza y coraje, también me contagia su libertad. Ser capaz de abrazar la libertad, hablar y sentir la vida con su fuerza.

La guerra civil selló el destino de la mayoría de familias, la mía no fue una excepción, ¡qué horror! Ningún ojo debía haber visto ni vivido aquella experiencia tan atroz, vidas llenas de miseria, injusticias sociales, jamás debió suceder. La gangrena de aquella guerra sigue presente, incluso para mí, es más mierda que corre por mis venas. Hambruna y destinos desvanecidos.

Sigue haciéndome gracia que los americanos, en un alarde de conciencia y autocrítica muy cínica, hablan y nos han explicado las consecuencias que han tenido las distintas guerras sobre los soldados, Vietnam, el Golfo, pero en España jamás se ha hablado de las consecuencias de aquella guerra tan sangrienta.

Mi abuelo no fue una excepción, en su cabeza planeaban la consecuencias de lo visto y vivido en el frente, las huellas sicológicas fueron evidentes.

La guerra tocó a todos en todos los aspectos, físicos, emocionales.

Mi abuela sigue buscando a su hermano desaparecido en la guerra. Ciertos lugares de la memoria deben visitarse con respeto porque a ojos de hoy no pueden juzgarse, sencillamente un ejercicio de comprensión puede restaurar la memoria de lo vivido.

Creo que muchos abusos sicológicos y físicos vienen de aquella brecha, quizás un olvido malintencionado de las consecuencias de una guerra y la dictadura nos han transformado en unos malos gestores emocionales, utilizando la violencia como arma que articula las relaciones humanas. Nadie se ha puesto las pilas y ni ha dado a familias como la mía instrumentos para gestionar la profunda huella de la guerra.

Nos preguntamos por qué se suceden los acontecimientos y sencillamente, pasan. Son experiencias por las que hemos de transitar, la razón no puede medir una realidad que más que teorizarse ha de experimentarse. Ya no soy la misma ¿qué voy hacer? Soy una extraña habitante de mi misma, soy una realidad cambiante, mi escenario ya es distinto no puedo actuar de la misma forma, sencillamente he de adaptarme al ahora.

Superarse es esencial. Todavía recuerdo las broncas de mis padres, pero ahora entiendo todo el potencial que había en ellas. Siempre te puedes superar, porque siempre hay algo que aprender. El tiempo condimenta lo vivido, lo mejora, le da esa solera que no tiene la juventud. Agradezco tener 41 años, porque siento esa solera correr por mis venas.

Mis ojos rojos y entumecidos delatan mis momentos de tristeza, pero los destinos compartidos son buenos compañeros de viaje.


Las noches me enfrentan a personas llenas de soledad que piden a gritos amor, pero se incapacitan a recibir nada, se anestesian con alcohol o sustancias varias, la vida entumece la noche. Lástima. Cada vez más pienso que amar la vida, abrazarla es un acto de valentía, andar con la insolencia suficiente y besando con verdadera piel son actos de grandeza que el miedo envilece.

Me pregunto cuando miro a los ojos de la gente, si ellos son capaces de ver la profundidad de mí en ellos, porque yo sí que veo.

Un pobre muchacho inglés me dijo que mi mirada traspasa las entrañas, quizás sí, pero no puedo evitarlo, es instintivo.

Leo y muchas veces y son palabras, distantes de la realidad, yo no siento que las palabras se distancien sino que me hacen más viva, porque cada día más ya no temo a expresar lo que siento realmente.

Noche y día se construyen con silencio y la mirada profunda de quién ya no teme a perder.

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