12 de Diciembre de 2010

Superando todas las sensaciones de la primera fase de quimioterapia, después del choque emocional, mi cuerpo está transformado. Mi olor corporal es distinto, los sabores han cambiado todos. El chocolate pica a la boca y no sabe a chocolate. Como poco pero a menudo, siento la comida con exceso de una sal que no lleva.

Ayer el dolor de cabeza fue considerable y el desconcierto mayor. Tengo que acostumbrarme a todo lo nuevo. Costó beber agua, costó comer un trozo de pan, costó comer un trozo de manzana. La comida se clavaba como un puñal en la boca del estómago, sensación que desaparece con las horas.

Mis compañeras de quimio tienen razón, las sensaciones van evolucionando con los días, el cuerpo se adapta con lentitud.

Sigo viviendo en una nube, el factor humano, calor y calor de afectos que traspasan el alma. Pienso en cómo les va a mis compañeras.

La quimio es un veneno que cura, eso lo sé, pero no deja de ser un veneno que corre por mis venas. Un veneno que ha cambiado mi cuerpo por dentro. Un veneno impredecible como la vida misma.

La axila va mejorando, todavía no tengo toda la fuerza, el dolor va y viene.

El cansancio hace mella en mí. Estos días se avivan con los afectos. Dormir, comer lo que puedo y cuándo puedo ahora es lo único.

Siento la fuerza de Elezeard Bouffier, caminar, seguir unos pasos no importando dónde han quedado las huellas, porque una vez se da un paso el camino se desvaneció bajo la huella.

Buscamos las identidades de aquellas huellas pisadas por nuestros pies sin darnos cuenta de que no existen, porque el pasado nos dibuja una memoria transeúnte, una memoria nómada que se vuelve distinta en cada tramo del camino. Sólo el polvo de los pies delata el camino corrido y la mirada el camino vivido.

Ahora es el camino, el polvo de mis pies, y mi mirada lleva pestañas.

La gata adormilada en el sillón, me mira. Sus ojos de caminos vividos me observan. Huele a incienso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario