22 de Diciembre de 2010

Hoy desperté con la certeza de que no iba a tocarme la lotería, no compré ningún número. Pero la lluvia es zalamera y en su vals mecía las gotas dulcemente sobre la claraboya.

Lo importante hoy era el espíritu de navidad. La verdad es que cada día hemos de celebrar el milagro de la vida, una sonrisa, un saludo, celebrar que la vida palpita a pesar del dolor y sufrimiento de muchos.

Nada sucede aisladamente, todo afecta en mayor o menor medida, es así nuestra naturaleza, cualquier distorsión en la cadena trófica tiene graves consecuencias en todos sus participantes directos e indirectos, en un efecto dominó que ni los científicos saben realmente. Pensar que todo sucede aisladamente es un gesto de vanidad.

Respiraba el espíritu de navidad, mi mente se fijaba en la gente, sus caras, sus ojos, sus gestos, realmente no somos conscientes que el espíritu de navidad navega todo el año, la generosidad que nos embriaga no debiera olvidarse una vez se terminan los días de fiestas.

Seamos héroes en nuestras propias vidas. Héroes de lo cotidiano.

Me estoy despojando de condicionamientos, voy a estar estas navidades con las personas que verdaderamente amo, después de digamos diez años, ya va siendo hora de dejar de quedar bien. La navidad de sentimientos mucho más arraigados, pero no aislados en el tiempo, la navidad mía permanece.

Los días son pequeños ciclos llenos de magia y energía, son nacimiento, crecimiento, envejecimiento y muerte, los años se suceden de la misma manera. Es la vida latiendo. Quizás debiéramos comprender mucho más que los acontecimientos de nuestras vidas, son y que simplemente hay que aceptarlos y ver en ellos esa parte que nos hace responsables y nos da todo el poder para cambiar.

Siento la navidad, siento el solsticio de invierno, la noche más larga del año, como esa parte mía tan oscura que he de conocer. Porque sin ella no podré seguir avanzando.

La navidad invita a despertar nuevamente a este ciclo, en donde todo es tan nuevo, se despide lo viejo, porque ya ha dejado en mi la impronta necesaria para crecer y desarrollar mi espíritu, ahora sencillamente nace lo nuevo. ¿Futuro?

El futuro es una resonancia del presente, así que presente y siempre presente, con la solera que da lo vivido, perdonado, aceptado y amado desde la absoluta intensidad que marca el lenguaje de la vida.

En mi casa siempre hemos compartido, no hacemos ningún esfuerzo extra para compartir lo que somos, sencillamente nos entregamos con lo que tenemos más a man a nosotros mismos.

Las ausencias son necesarias para la renovación de la vida, todos los árboles cambian sus hojas. Los árboles caducos lo cambian de manera más rápida y los árboles de hoja perenne lo van haciendo durante todo el año, al final las hojas se han renovado y cada árbol ha ido adquiriendo la sabiduría que ha sido capaz de despertar.

El colegio ha hecho un pesebre viviente, los niños se lo han pasado genial, son verdaderos maestros. No nos han hecho caso, ellos en su papel se lo pasaban genial. Esta vitalidad contagia a cualquiera, su inocencia y eterno presente son ejes que perdemos cuando envejecemos.

La meta es la conquista de uno mismo. Dar lo mejor y aceptar lo peor son retos que nos enfrenta la vida. Los juicios están sujetos a las dichosas culpabilidades y éstas no nos permiten hacernos responsables.

Hallarse uno mismo es formar parte de una enormidad que late a cada instante presente. Hallarse uno mismo es ser consciente de la propia pequeñez dentro de la enormidad, abrazar todo esto es confiar en la vida y dialogar con ella.

La vida nos mide la entrega, esto me recuerda la película Gattaca, el periplo de un chico no apto para ser astronauta, él se vence a sí mismo y su hermano sufre la peor derrota, la de sí mismo, así es la entrega.

El tumor y el brazo me han dolido un poco, estar tranquila es un buen analgésico, la respiración profunda me ha ayudado a relajar mi cuerpo. Ya no hay dolor. Confío.

Huele a canela y la gata tan gata duerme con mi hermana o en el butacón.

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