8 de diciembre de 2010

Me despierta cierta tristeza. Ayer fue el concierto de Lady Gaga, yo debía ir con mi hija, pero el post operatorio no me dejó. Disfrutó de lo lindo con mi hermana.

Mi hermana y yo que tanto habíamos discutido en la infancia y adolescencia, ahora viajamos juntas llenas de amor y respeto por nuestras vivencias, entendiendo que la madurez nos otorga esa extraña sabiduría de la experiencia, que ha hecho de nuestra sangre un código nuevo. Muchas de nuestras experiencias nos han hervido la sangre, empuñando navajas, cuchillos y escarcinas.

La sangre que corre por nuestras venas está llena de cicatrices que nos dibujan, nos moldean. Es ese dulce barro frio, con la humedad justa, listo para ser moldeado, y que tras caricia a caricia, va calentando las manos. Unas manos que van dibujando lo que permanecerá en esencia, es la vida la que lija la superficie del barro y la suaviza o bien la deja áspera. Puede que su superficie esté lo suficientemente bruñida con una simple mano de aceite y un poco de color, el barro moldeado mostrará el esplendor de las caricias.

El fuego ennoblece el barro, en cocción o secado, ahí sucede lo que tiene que suceder, a veces se rompe mostrando su fortaleza y fragilidad al mismo tiempo. El fuego templa el barro y los corazones, su intensidad nos mide.

Cuando pienso en el barro, lloro, echo de menos moldear en barro, porque mis manos siempre acarician, mido mi fuerza y con ella, el barro, fiel compañero, se sincroniza con la intensidad de mis manos que delatan ese sentir profundo del movimiento.

Este invierno pasado cuando vi todo el estropicio, los tacos de barro tirados encima de la nieve del jardín, lloré y mi alma se llenó de melancolía. Sé que volveré hacerlo, porque el barro siempre ha sido buen compañero.

Compartiendo una taza de café con leche, mi hermana no pudo evitar decirme que en el concierto de Lady Gaga lloró porque la que tenía que estar era yo. No puedo decir que “no pasa nada” sino aceptar que los acontecimientos se han sucedido y nos transforman. También lloré ayer por la noche.

Cuando C. compró las entradas estábamos juntos pero ambos vivíamos nuestras ausencias, ahora aquella ausencia y soledad, simplemente es silencio y soledad auténticos, sentimientos que no devastan, sino que abonan la tierra, la fertilizan, preparando un nuevo comienzo. Es un barbecho emocional, necesario en la vida. Saco muchas conclusiones a diario. Mis pensamientos van y vienen, al igual que las certezas y sólo una verdad, la intensidad de mi misma.

No sé por qué, he vuelto a pensar en mi médico oncólogo, es una muy buena profesional de su campo, pero creo que les vendría bien estudiar un poco de nutrición y aplicar el sentido común. Le pregunté si podía tomar vitamina E o cualquier otro tipo de complemento alimenticio, me contestó que una dieta variada ya estaba bien.

Mi reflexión es la siguiente, si la quimioterapia te hace polvo el sistema inmunitario porque de un zarpazo los recursos del cuerpo se ven alterados de forma artificial ¿por qué no tengo más información para ayudarme como paciente? ¿por qué no puedo tomar suplementos que ayudarán a soportar el tratamiento? Creo que es de sentido común si artificialmente hay un tratamiento con efectos secundarios, ¿por qué no paliarlos con remedios naturales, además de medicinas?

Conocer a profesionales de la nutrición y de las terapias naturales complementarias me está ayudando, porque sí que estoy tomando complementos alimenticios que están ayudando a mi cuerpo. Vitamina E, C. Oligoelementos como el Oro, Plata y cobre, Aloe Vera, kalanchoe. Además de comer fruta, verdura y cereales integrales, miel, productos ecológicos o artesanales, que son mucho más sanos.

Esto me obliga a centrarme todavía más, porque no todas las respuestas las encuentro en los médicos sino en personas que como yo han vivido la experiencia del cáncer. Desde ese compartir tan sincero, me ayudan y agudizan mis sentidos, encontrando respuestas allí donde los médicos no pueden pronunciarse más allá de la dolencia física, pero no en la dolencia emocional y en el efecto dominó que esto causa en las familias.

Cuánto agradezco el tiempo que dediqué al yoga, hoy empecé a respirar profundamente, llegando a la meditación. Me sienta bien, es el mejor calmante mental. El sonido de la respiración, inhalando y exhalando, cada vez más pausadamente, se sincronizan los latidos y la respiración, la columna se estira y permanece recta. Son buenas sensaciones.

Olor a palomitas, trajimos el cine a casa, esta tarde sesión con Pesadilla antes de Navidad, mi hermana, mi sobrino y mis hijos pasando un buen rato. Calor y amor, disfrutando de los comentarios de los peques, los más divertidos.

La tarde ha pasado tranquila, el incienso de mirra humeando, ya no recordaba cómo el humo blanquecino podía dibujar en el aire esas formas curvas tan suaves y dulces.

La gata no está hoy en mi habitación. Mis sensaciones tranquilas.

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