9 de Diciembre de 2010

Ha sido una noche movida, desperté a las 5 de la mañana. No podía dormir más. Mi mente parecía las Ramblas, transitada por pensamientos que en sus idas y venidas se desdibujaban, ninguno de ellos permanecía.

Me he ido despejando y despertando un punto de nervio. Mañana es el día, empieza la quimio. Quiero seguir centrada, sentir que mi mente no me traiciona, ni positivamente ni negativamente, sencillamente ya se verá.

Hoy en la cafetería ha sido fenomenal, primero porque he conocido a una mujer encantadora, a veces mi naturalidad e intensidad puede llegar a asustar, pero hoy creo que a K. le ha sorprendido agradablemente. La verdad el tiempo ha pasado rápido. Pronto nos despedimos y casi sin darme cuenta entró un hombre, M.

Cuando a una persona como a M. sencillamente le dicen que no va a andar jamás y ahora, después de muchos años de esfuerzo puede hacer más de 50 km. de bici diarios, me parece alucinante. Sigo pensando que el potencial humano es absolutamente desconocido. Me dio mucho ánimo charlar con él, sentí que debía seguir aislándome de lo que me dicen. Sentir con determinación que yo gano, que lo supero.

Casi la una del mediodía, hora de ir al ambulatorio y quitar esa maldita grapa de la axila. Aquella grapa me hizo consciente que sigo siendo un puñado de papeles en blanco con mucha historia por vivir y sentir.

Toda incertidumbre acaba por mostrarnos que la única certeza es un instante de tiempo presente.

El mundo virtual, no lo es tanto porque de alguna manera detrás de ese mundo en red subyace una existencia, una vida que quiere ser reconocida. La red me ha traído nuevamente un nuevo contacto, que agradezco y de alguna manera oxigena mi confianza en los que teclean palabras, incluida yo misma.

La tarde languidece entre nubes tristes con ganas de llorar, quizás llore un rato.

Recuerdo las palabras que con tanta fuerza se deslizan en las cartas y notas recogidas en el libro Vivir en el Fuego, la bella Marina Tsvetaeva. Su intensidad perfora mis carnes, su pasión chocando tan fuertemente con su realidad, con el escenario de la vida cotidiana, de una dureza tremenda. Se suicidó y yo vivo, sigo viviendo en el fuego y en mi mente siento sus palabras:

“Pero en cuanto alguien se pone a hablarme del olvido de uno mismo, siento por ese alguien una desconfianza tan grande, lo imagino capaz de tantas canalladas que en ese mismo instante le doy la espalda…”

Es tan grato recordarse uno mismo. Sentirme es el mejor acto de responsabilidad y de amor hacia mí, sobre todo ante lo desconocido que sigue enfrentándome a mí misma.

Una dosis de soledad me irá bien.

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