14 de Enero de 2011

No ha sido necesaria la luz para despertarme.

Vuelvo a sentir cierta rebeldía. Viendo un documental en la TV2 sobre el cáncer, me ha sublevado. Se conocen los factores de riesgo físicos, se centran en el tabaquismo, pero nadie habla de la mierda de aditivos, conservantes y colorantes que están en los alimentos. Se legisla contra el tabaco y ¿aditivos, conservantes, colorantes y mierdas varias qué? ¿Y el factor emocional? Porque estoy convencida que también interviene, aunque no sea determinante, todo cuenta. Sabemos que el estrés influye en las cardiopatías, ni qué decir tiene, que situaciones emocionales nocivas sostenidas en el tiempo son también factores de riesgo. Me entristece que a estas alturas de la película el cuerpo humano sea considerado un trozo de carne y se trata como tal, como si las emociones y otros factores no influyeran en él para gestionar la salud.

No creo que sea difícil hacer estudios clínicos psicológicos que puedan darnos una idea de cómo afecta una mala gestión emocional respecto a nuestro cuerpo. Tampoco creo que sea difícil legislar para mejorar lo que comemos, siempre topamos con intereses económicos demasiado explícitos e importantes para los gobiernos, sin tener en cuenta a los ciudadanos, que recuerdo son seres humanos.

Es cierto que el cáncer es eso, una enfermedad, ha sido interesante escuchar que existen tantos tipos de cáncer como tipos diferentes de células, 200.

En ningún momento han citado factores determinantes, sólo han nombrado el tabaquismo y la genética como factores de riesgo.

Valoro a los científicos porque se enfrentan a diario, yo me curaré y me liberaré de la enfermedad, pero ellos conviven largos años, debe ser duro. Pero también les pido valentía suficiente para entender que el cuerpo humano, no son sólo un puñado de células, que existe una cosa llamada inteligencia emocional, constatan que la actitud es importante a la hora de vencer la enfermedad, y a la inversa, emociones negativas deben ser factores de riesgo a tener en cuenta. Alma, espíritu, mente, cuerpo.

Mi alma palpita, viaja hacia adentro, un vacío abisal, un vacío que lo contiene todo. Las estrellas que allí brillan, iluminan lo que soy en esencia. Origen y destino son yo misma.

La luz se escancia en mí, es la luz que se escancia sobre todo y todos, resucitando el polvo de la misma muerte. Es la luz de los navegantes, es la luz que guía la valentía de ser uno mismo. La verdadera conquista.

Las llagas han hecho acto de presencia en mi boca, los efectos secundarios van y vienen.

El amor que todo lo abraza, me colma de alegría y compartir es un alimento necesario. Hablar con mi hermano, compartir, expresarnos es abrazarnos y reconocer la hermandad no solo biológica sino espiritual.

Siento hambre, mi alma siente hambre, quiere alimentarse de trasiegos invisibles, pero teme no poder digerir su destino, tan incorruptible y evidente.

Viajar hacia adentro es reconocerse y transformarse en un acto de sublime comunión, de amor y respeto profundo por lo que uno es realmente y no por lo que uno quiere ser o aparenta ser.

Son los ojos internos los que determinarán el camino a seguir, los pasos siguen la mirada del polvo de la vida. Las huellas de anhelos y nostalgias son huellas que la mente persigue, mientras el corazón palpita por vivir liberado de grilletes hechos con las cadenas del tiempo. Sólo existe un espacio que lo tiene todo y no contiene nada, sólo existe un tiempo que contiene historia y no contiene memoria, uno mismo.

He cenado lo que he podido, parece que mi estómago quiere hacer una digestión decente.

La gata descansa dulcemente en la cama de mi hijo.

El incienso humea y juega con la luz.

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