12 de julio de 2011

Es la claraboya que se alegra del tinte azulado de la luz que sigue extendiéndose por toda la buhardilla. Cada día que pasa soy testigo de lo conscientes que son claraboya y buhardilla de sí mismas, danzan sin vergüenza alguna, son dos niñas riendo y jugando.

Me he vuelto a afeitar la cabeza, el pelo crece pero los claros todavía son muy evidentes. Al tener cejas e ir maquillada, la calva me da un toque de dudosa modernidad. Eso me divierte.

Después de casi dos años sin ver a E. ayer tuve la oportunidad de cenar con ella, E. y toda nuestra troupe de críos. El tiempo pasó rápido entre tanta buena compañía, risas y ganas de explicarnos tantas cosas. Una cena es poco espacio para sintetizar nuestras vivencias.

Casi, casi he recuperado el sabor de las comidas, pero sigo sin saber medir el grado de sal que le toca a cada comida, así que cuando cocino lo hago sin sal.

Somos enemigos de nosotros mismos, somos la lente con la que miramos y participamos en la vida y nuestra mente es un proyector constante, haciendo realidad los oscuros rincones de nuestra alma. Nuestra actitud es la pantalla en la que mostramos el grado de certeza de nosotros mismos. Quien no quiere hacerse responsable de sí mismo es ciego de sí mismo.

En poco tiempo han sucedido muchas cosas, fruto de mis aciertos y mis desaciertos, quizás la parte más dolorosa ha sido no culpabilizarme sino sencillamente aceptar mis errores y responsabilizarme. La culpa es una faceta más del miedo, una excusa para justificar no seguir avanzando, he decidido seguir andando, pese a quien le pese.

Volver a buscar un reconocimiento en los demás es engañarme, sólo puedo reconocerme lo que soy desde mi alma, desde mis pasos, lo demás es caer en la falta de autoestima, porque buscar el reconocimiento es ausentarse uno mismo de sí mismo.

Olvidamos para no hacernos responsables, olvidamos lo que somos, una síntesis de lo aprendido que se integra como una segunda piel ¿Para qué sirven las experiencias? Nos enfrentan a lo más auténtico y mientras nos neguemos a aprender, una parte de nosotros mismos muere, así es como se muestra otra faceta del miedo y su nombre es cobardía.

Este fin de semana he estado en la playa con mis hijos, lo pasamos genial. Nuestra amada Costa Brava. Es el mar que nos atrapó con su color, perfume y la musicalidad de los niños jugando en la arena, riendo y jugando con las olas. Fue divertido hacer castillos en la arena, pasteles llenos de velas que soplar, la magia de la imaginación.

Los sueños son intensos golpes de memoria, buscando hacerse reales.

El lunes ya tengo mi primera visita con el médico radiólogo, la tregua me ha sabido a poco. Esta experiencia me sigue conduciendo a lo que soy en esencia pura. Es difícil no pensar en cómo irá, pero eso lo expresará mi cuerpo y él ni más ni menos es un reflejo de mi alma.

Sin ser del todo consciente, había una parte de mi vida que seguía atrapada en el pasado y ahora ya se ha roto y diluido en mi corazón como una experiencia más, el trabajo emocional más importante es saber que no hay espacio para estas preguntas ¿y si me hubiera quedado….? ¿y si hubiera hecho…..? La vida palpita y estas preguntas nos dan la certeza del nivel de entrega que tenemos hacia nosotros mismos y también, hacia la vida misma.

Escucho a Midival Punditz, me recuerda lo mucho que siempre me gustó y me gusta bailar.

Llovizna, hoy la claraboya está realmente muy contenta, es la música de la lluvia que juguetea con la luz.

Huele a mirra.

La gata muy gata corretea de madrugada por casa, me visita, me pide que juegue, nos miramos y comprende que yo la mire y siga durmiendo.

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