31 de agosto de 2011

La noche quiere ser escuchada, sencillamente la claraboya empuja a que la luna y las estrellas naufraguen por toda la buhardilla.

Han sido ya tres sesiones de radioterapia de las 38 que tocan.

La normalidad que llegó a sonreírme y la creí, pero cierto es que he de seguir ausentándome.

Buscamos aspectos normales, normalidad, rutinas, al fin y al cabo son referencias que falsean el lenguaje de la vida, creativo, espontáneo e inusual. Lo sabemos pero nos escondemos de ello.

Treinta y ocho sesiones de radioterapia de lunes a viernes, son unas cuantas semanas. No quiero pensar en aritmética, son casi dos meses de tratamiento, se acabó ya mi verano, veré las hojas languidecer y desprenderse de las ramas de los árboles. El otoño verá con sus propios ojos cómo termina mi tratamiento.

Igualmente y a pesar de lo que dicen los médicos mi alma necesita ir a la playa, sentir la arena y algún que otro guijarro clavándose en mis pies, ver, escuchar y oler el mar, cómo se mecen las olas, ellas mecen mi alma.

Me está sentando bien ir adelgazando, pero veo el estado de mis venas, las cicatrices que permanecen, porque la vida permanece en ellas. La vida me sigue atrapando y sorprendiendo sin más.

Mi mente es tentadora, todo lo controla, todo lo pregunta, pretende anestesiar a un corazón, que vive, palpita, se expresa tal cual. Mis huellas llevan la impronta de un corazón salvaje dispuesto a todo, incluso a mí misma.

Las llaves del destino están en nosotros mismos, somos hacedores de nuestros sinos, es la mejor noticia pero es la peor para aquellos que prefieren los destinos dictados a fuego, inamovibles, excusa perfecta para no hacernos responsables. La lista de atenuantes es larga.

Por las noches ha empezado a refrescar, se agradece, porque el calor de la buhardilla puede hacerse sofocante.

La luna en cuarto creciente.

Ya estamos todos de regreso de nuestras vacaciones, mi mente huele a sibul y mi corazón sigue atrapado en Cancún.

Con el tratamiento de radioterapia puedo conducir, me gusta.

Huele a incienso.

La gata muy gata duerme con mi hermana, la ha echado mucho de menos.

21 de agosto de 2011

La claraboya espolvorea la luz del sol y la luna, llenando los espacios vacíos de la buhardilla.

Una parte de mi corazón está en mi pasado, forma parte de él y con él se marcha, me alegro porque ahora es momento de vivir un futuro hecho de presentes nuevos.

Estos días echo de menos a mi hermana, una parte de la casa está en ella, pero la soledad me enfrenta a mí misma. Ahora con una más que generosa tregua en mi tratamiento, aprovecho todos los momentos para sentir el latido de la vida, fundirme en él y ser ambos uno.

Sigo oliendo a sibul, se ha tatuado en mi cerebro, sé que forma parte de mí.

El pelo está creciendo rápidamente, mis uñas se están renovando. Noto punzadas en mi cicatriz, es un dolor que me conduce a las circunstancias en las que empezó todo un dos de noviembre. Respiro y siento el ahora, aquello pasó. Respirar dispersa mis pensamientos de un pasado que viví, ya no está, pero su huella permanece en lo que soy, una síntesis de lo vivido. Nada más.

Somos un libro lleno de capítulos que sólo puede encuadernar la muerte. Leer cada uno de los capítulos con los ojos del presente es un buen reciclaje, cada capítulo nos brinda una preciada lección, que ciertamente olvidamos o no recordamos. A veces es buena una relectura.

Vuelvo a disfrutar de la cocina, cada vez me cuesta menos, cortar verduras, guisar. Olvidé el placer de cocinar, recuperarlo me alegra.

Ahora sólo falta la radioterapia, todavía no me han llamado del hospital. La espera se hace larga y me llena de incertidumbre, cada día alejo las expectativas, es un trabajo arduo. Es lo que tiene el cáncer, que lo superas a pasos y no a zancadas, cada día un paso más.

Soy consciente que cada paso es una síntesis de mi camino, porque en realidad yo soy el propio camino. El camino responde al pulso de la vida, el camino responde al lenguaje de la vida que permanece en esencia, esa esencia somos nosotros mismos. Complacernos en excusas, susurrarnos a nosotros mismos que somos consecuencia es engañarnos, porque la vida responde en “perpetuum mobile”.

La enfermedad no sólo nos muestra un cuerpo físico lastimado, sino también unas emociones lastimadas, mirar a otro lado es engañarnos.

Ahora mi vida ha cambiado, no puedo dejar de escuchar el lenguaje de la vida, nuevamente he cruzado una puerta y no puedo volver atrás, siento que nuevamente mis puntos de referencia han dejado de existir, sin darme cuenta quiero agarrarme a lo conocido pero sólo puedo andar sin cadenas de ningún tipo. Empiezo a sentirme libre emocionalmente, me gusta pero se me hace raro.

La gata muy gata también echa de menos a mi hermana, de día duerme en su cama y de noche permanece en la buhardilla. La gata muy gata es muy lista, sabe que la buhardilla es consciente y nos protege de nosotras mismas.

Huele a incienso de ruda.

7 de agosto de 2011

La claraboya me ha echado de menos, ha susurrado luz en la buhardilla, despertándome casi al mediodía.

Estos días me he despertado en una habitación de hotel, con un balcón tapizado con los colores de la selva, palmeras y plantas de hojas espectaculares. La luz brillaba de forma diferente, era la Riviera Maya.

Ha sido un viaje improvisado, he ido de la mano de un maravilloso ser A. y su hija, ambas queríamos romper y liberarnos de cargas.

El viaje fue toda una aventura, casi dos días, un autobús de Barcelona a Madrid, viajando toda la noche, sintiendo que la distancia física tensaba mi corazón, algo debía romperse. Llegamos pronto por la mañana y luego un avión de Madrid a Cancún, más distancia y más tensión en el corazón, pero la carga emocional iba desvaneciéndose.

Lo más increíble fue el sibul o caracolillo en plena flor, nos perfumó el alma, transformándola, de olor dulce, picante, con fondo de madera, también llamado el ébano amarillo, su fragancia permanece como algo mucho más profundo que el pensamiento. Sentí que de alguna manera pertenecía a aquel lugar, fue impactante.

Todos vivimos pero sólo el recuerdo de los que han vivido con el tiempo que la vida ha dado permanece, porque sólo se puede vivir habiendo amado, y todos hemos tenido aunque sea un instante de amor, así que todos hemos vivido en algún momento de nuestra vida, pero hay muchos que viven muertos, porque la vida en esencia les pasa desapercibida, son los que tienen miedo a entregarse al amor, a todo aquello que aman.

Los mosquitos se tomaron un buen banquete a costa de mi sangre algo tóxica, pero me sorprendió llevarlo bien.

Las risas y la cara feliz de mis hijos fue un regalo sin precio que permanece en mi corazón.

Disfruté de la comida, pensé en la báscula, pero el guacamole, la carne de res, como ellos la llaman, el picante, todo una maravilla para un paladar duramente anestesiado por la quimioterapia. Resucitó mi sentido del gusto.

Nadamos con los delfines, toda una experiencia, llena de respeto por la naturaleza, fue pura magia, el mar caribeño con su matiz turquesa, la lluvia cálida y los delfines, ni en sueños. La vida está demostrándome que palpita con una intensidad que a veces me desborda, pero es así, porque no hay nada más bello que sentirse atrapado por un ahora infinito lleno, colmado de regalos que sólo la vida puede entregarnos.

A. y yo lloramos, reímos y sentimos cómo se liberaban nuestros corazones, sentimos la libertad de ser, sin cuestionarnos nada, sin pensar en nada más que ser sinceras con nosotras mismas. Es la verdad que vive en cada uno de nosotros, profunda, insondable, esencia de lo que somos, pero que tanto trabajo nos da taparla, ensordecerla y enmudecerla, lo que de verdad somos es un sentir que palpita con la vida.

El árbol es, sin cuestionarse nada de sí mismo, porque un árbol es en esencia pura lo que el ser humano es para sí mismo, quizás el árbol no tenga unas neuronas como las nuestras, pero tendrá su propia conciencia de sí mismo, incuestionable.

El ser humano se cuestiona a sí mismo porque no se cree lo que es en sí mismo, esencia.

Me acordé de C. que vive en México DF, el brillo especial de sus ojos, sus facciones, tan llena de amor y entrega.

Me sentí atrapada por su gente, así es Cancún, así es México, tiene la capacidad de enamorarte, por muchas dificultades que tengan sus ciudadanos, su sentir es sincero.

El viaje de vuelta fue divertido, mi alma lejos de volver dividida, creció, porque en mí crecen muchas tierras y una de ellas es la tierra de los mayas, de los chamanes, la selva, su océano, su ir y venir, y lo más importante su sentir.

Danzo con las calaveras sin miedo, porque muerte y vida se convierten en la esencia de la vida, insondable, inconmensurable, inabarcable, porque más allá de lo aparente palpita la esencia.

Las ruinas de Tulum son impresionantes, su conservación y ubicación en la misma playa las dotan de un aura especial, hipnotizadora, uno puede imaginarse todo lo que allí se cocía, fue la residencia de los hombres sabios, un lugar de recogimiento y descanso. Maravilloso. Están dedicadas a venus, a la muerte y la vida, al ciclo de la vida.

Huelo a sibul.

La gata muy gata me ha echado de menos, danza en mis pies, buscando encontrar quizás, alguna flor de sibul o caracolillo. Me mira y sabe que he cambiado, lo comprende, es una gran gata sabia, me sigue sorprendiendo.