25 de septiembre de 2011

La buhardilla respira mucho más liberada, he tirado trastos viejos. La claraboya lanza sus chorros de luz más fácilmente. Juguetean ambas, saboreando los cambios.

Mi ánimo se libera.

El dolor es un ascensor, de momento está subiendo, no sé en qué piso parará, unas buenas dosis de ibuprofeno están ayudándome. Momentáneamente me alivian.

La quemadura ya es visible. Se está pelando la zona. Es un proceso de transformación físico y emocional.

Buscamos en un sin sentido, buscamos amor, buscamos ser amados y mientras tanto somos náufragos emocionales, nos estancamos en las emociones, todas ellas efímeras, olvidando que todo aquello que sentimos es lo que nos mueve verdaderamente.

Sentir es la primera piel, ¿cómo podemos amar si en realidad estamos en un tornado emocional? Sentir la vida es construirnos desde un sentimiento mucho más profundo, mucho más intenso y para nada efímero.

Los pasos nos sostienen si son dados desde lo más auténtico de nosotros mismos, los pasos falsos los damos a través de los condicionamientos, es la vacuna para dejar de sentir.

La intensidad fustiga al corazón, pero uno aprende a aceptar que todo lo que concierne a la vida es intenso, así es un árbol que en tan sólo tres meses es capaz de desprenderse de la totalidad de su follaje, el sonido del otoño son las hojas secas que van lijando el camino de la vida. Podemos elegir entre árbol perenne o caduco, el proceso de renovación es ineludible en ambos.

Así es el hombre y la mujer que se desprenden emocionalmente, le dan a la tierra todo aquello que la propia tierra ha alimentado. Acumular es enfermar o estar enfermos.

Seguir con las mismas hojas es estar condicionado, es estar apegado a ciclos inamovibles que sólo existen en la mente, el cambio es la realidad existencial de la naturaleza. Somos parte de la naturaleza.

Cambiar la piel es cambiar mis propias hojas. Hoy me siento más árbol que nunca. Un árbol con pies.

Las percepciones del condicionamiento nos muestran una realidad aparente, son los sentidos del alma que azuzan la verdad única que solo puede palpitar en el corazón de la vida, nosotros formamos parte de la propia vida.

Todos los días me aplico cremas para aliviar y ayudar a mi cuerpo.

Sigo disgustada con algunos médicos que son incapaces de explicarte que un proceso de radioterapia provoca quemaduras de tercer grado. Como paciente y persona, me gusta saber a lo que me enfrento y eso no lo entienden. Falta más comprensión y empatía con el alma humana, porque para muchos médicos el alma está hecha de unos cuantos quilos de carne.

Me gusta conducir y todavía puedo hacerlo, eso es buena señal. Las tardes languidecen y se perfuman de cansancio, suerte que la vida se aviva y sigue despertando a mi corazón.

La vida es el arte del encuentro y reencuentro. Los afectos intensos siguen regalándome música a mis oídos. La tristeza así es efímera.

Los desencuentros son los menos, pero sigo agradeciendo que cada cual ocupe el lugar que le corresponde.

El otoño me habla en susurros pidiéndome que siga encendiendo incienso de ruda.

La gata muy gata le divierte dormir en el sillón. A mí me divierte verla. Las dos nos miramos, entendemos lo que pasa, la gata muy gata y yo.

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