Hoy las nubes dibujan en el cielo un camino, quizás el mío.
La luna y el Montseny se esconden.
Mi última entrada es del 21 de mayo del año pasado, mucho
tiempo, demasiado.
Escribir me empuja e impulsa. Escribir me enfrenta a los miedos, aquellos que trotan libremente y que nunca me atrapan, aquellos que tratan de anclarme en una realidad que ya no
me pertenece, porque no existe.
Unos me preguntan por la vida después del cáncer, otros me preguntan
por qué hablo de la enfermedad. La respuesta es así de simple: porque resucitó
la vida que dormía en mí.
El cáncer te compromete a vivir. Yo pensé que vivía y en
realidad estaba muerta.
La muerte nos
miente, porque está mucho más cerca de
lo que parece, es un destino del que no podemos huir. La muerte no nos rendirá
cuentas, la vida sí. La vida es muy cabrona porque pasará lista de aquello que
te has negado, de los miedos, de tus ausencias, porque ella se expresará, no
importa la forma, no podrás ir en su
contra. La vida es en sí misma una hoja de ruta, donde el destino es ella
misma.
Hay paz y sosiego.
Entro en casa y siento que por fin la vida me pertenece, por fin me siento libre.
Esa conciencia es la conciencia de vivir, sin más.
Cada vez utilizo tazas más grandes, el café es un delirio
para mis sentidos, rezuma ese dulzor amargo que penetra hasta un abismo que
poco puedo expresar con palabras. Café y azúcar, una pareja apasionada.
Meses ausente de mis palabras pero más presente que nunca.
Todo, como siempre, es incierto y lo agradezco.
Una fuerza en mí, más allá de la batalla ha hecho crecer mi
pelo, un pelo plateado lleno de rizos.
Mi cuerpo busca la normalidad, una normalidad que nunca encontrará. Somos presa
del pasado, como el cuerpo, queremos restablecer lo que dejó de existir. Ahora
todo lo nuevo necesita su tiempo y espacio, como las cosechas, estos meses de
barbecho me han vaciado de todo aquello que lentamente seguía matándome.
Mi cuerpo se adapta con naturalidad y mi alma sigue trotando
libre.
El dolor aparece como salido de una chistera de un mago en
horas bajas, ahora veo el truco, san ibuprofeno y san paracetamol lo ahuyentan
como pueden y otras veces, es mi mala leche la que hace el exorcismo.
El cáncer es mi sombra, forma parte de una luz que tiempo atrás olvidé que llevaba mi nombre, ahora sombra y luz llevan mi nombre.
Hoy hemos cenado unos bocadillos de salchichas, olían
deliciosamente. Me gusta cocinar, aunque sigo haciendo la comida un poco salada.
Mi gato muy gato duerme, de vez en cuando me mira, se
sorprende de mi humanidad.
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