9 de Noviembre de 2010

Estoy excesivamente cansada para mi gusto. Mi mente sigue volando, mañana veré a M. Sé que lloraremos juntas. Es una mujer grande, hecha de primera, ha superado lo que muy pocos pueden.

Nuestras conversaciones sanan nuestras almas. En torno a M. giran un número de mujeres dispuestas a devorar la vida, a sentirla profundamente. M. sobrevive y sigue toreando a la muerte, con dos cojones, su delgadez, sólo es eso, delgadez, porque dentro está la grandeza de quien torea a la muerte y le da muerte.

Compartimos soledades y pesares. Conversamos sobre el miedo y el cabreo de muchas personas, así la vida pasa de largo.

Empatía, un bien realmente tan escaso y que va tanto con la constitución anímica de la mujer. Con M. siempre hablamos de nuestra parte hecha para amar, suena hasta extraño, estamos construidas para dar amor, ese amor que ha ayudado a que nuestra especie sobreviviera y que tan poca consideración tiene.

Pienso en mujeres que lo han tenido realmente difícil, como Corín Tellado, otras se suicidaron como Sexton, Stvetaeva o Storni, el paradigma masculino trata de acabar con la sensibilidad y la pasión de sentir la vida desde lo más absolutamente femenino. Este hecho hace que seamos enfermas, porque vivir la vida como la sentimos en toda su magnitud está penado por enfermedad. Negándonos a vivir como sentimos acaba por rendirnos cuentas, depresión, crisis nerviosas o ansiedad es lo normal. Se suele competir con el número de pastillas tomadas y con el tiempo que uno está en depresión. Eso nos da cierta categoría.

Nos reunimos y expresamos lo que las miradas de nuestros hogares enmudecen. ¿Por qué amar con sentido de pertenencia?

Yo al menos, he terminado por ser un mueble al que le colocan todo tipo de souvenirs horteras. Respiro, sudo, grito, lloro, palpito, siento en mayúsculas. Amar desde la propia libertad, desde la más absoluta confianza y fortaleza. Estar en una misma casa no significa necesariamente compartir. La vida sigilosamente delata los actos construidos sin valentía.

Apenas si existen los verdaderos valientes, como Don Quijote que traspasan la piel, el alma, personas de mirada extremadamente profunda, con capacidad de reconocer a quien tienen delante. La televisión, la estructura social nos ha anestesiado, amputando nuestra capacidad de adaptarnos al cambio y a vivir la vida.

Sentir la fuerza de las mujeres que me rodean dan sentido a lo vivido y a este momento, porque lejos queda la necesidad que me devoraba, de amar y sentir con la persona equivocada, ahora más que nunca la necesidad viene de mí misma, ya sin ser una necia que se juzga sencillamente por expresarse tal como es.

Son los juicios los que sistemáticamente nos hacen culpables, el juicio acaba siendo una barrera que termina con nuestra autoestima. Juzgamos porque tememos. Tememos porque renunciamos a ser honestos con nosotros mismos, al final somos nosotros los que nos devoramos a nosotros mismos. Así es la mierda que corre por mis venas.

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