20 de Octubre de 2012



Mi ventana muestra un cielo a topos luminiscentes. La noche esconde a la montaña, el Montseny parece dormir, pero está despierto y alerta de lo que sucede. La ventana se ríe con este juego de apariencias.

La semana pasada fui a visitar a mi médico radiólogo, mi primera revisión. Un año pasa pronto, aunque metida en las 33 sesiones de radioterapia, es otra cosa. Lo cierto que me vestí para la ocasión, unos taconazos de 18 centímetros de plataforma rojos fueron la perlita de la tarde. Siempre tengo la necesidad de ir al médico como si se tratara de pisar una alfombra roja.

Son sensaciones extrañas, por un lado confiaba en que todo iba ir bien y por otro lado  me decía que ubicara a mi mente en el no esperar ni bueno ni malo, un espacio vacío, el único espacio en donde poder aceptar sin más.

Mientras conducía hacia el hospital sentí por primera vez que pasara lo que pasara ya no me importaba. La razón es que el cáncer y yo ya nos hemos mirado a la cara, sabemos lo que somos, así que el cáncer pasó de la zona desconocida  propicia a los miedos, a la zona de conocidos en la que los miedos son relativos.

La exploración fue dura, porque el dolor persiste y aunque cohabitamos bien el dolor y yo, tanto toqueteo lo intensificó, suerte de analgésico que tomé antes de salir. Me dio el alta en lo que respecta al tratamiento de radiología. El médico hizo referencia a una bolsa de líquido rojo que me pusieron durante  la quimioterapia, reacciona al tratamiento de radioterapia  cambiando la pigmentación de la piel, a estas alturas un matiz de color no es muy relevante. Me fui feliz de la consulta.

Hoy sentí tristeza, supe de alguien con cáncer, siempre me afecta. Sé que se sale, pero la contundencia del tratamiento me infunde respeto y acojona a cualquiera, porque los efectos secundarios son brutales, no hay que engañar a nadie.

Me alegró saber de su valentía y sentir que vivir es vivir. Será un placer emborracharnos en cuanto supere este trance.

Lo que dejo atrás es mucho y no lo cambio. El cáncer me ha hecho crecer, sentir y expresar todo lo que soy.

Leo con cierto reparo que muchas personas quieren tener la vida que tenían, yo no.

Durante este tiempo todo se ha ido recolocando, poniendo en su sitio, quien tenía que estar acompañándome ha estado y quien no, ha salido de mi vida.

El cáncer lo ha quemado todo, desde trabajo, familia, amigos, mi misma, todo ha renacido, con nuevo tono, nuevo color, nueva textura. Me siento mejor en este renacimiento.

Sigo enamorada de la vida, me caso con ella, es un compromiso diario, en cada gesto, en cada paso, en cada palabra. Soy consciente del destierro total de las distancias emocionales con todo lo que me envuelve, amo esa locura de sentir, aunque a veces me tiemble el ánimo hasta llorar a mares.

La semana que viene, nuevo análisis de sangre para mi visita a mi doctora oncóloga y finalizo con todo el preoperatorio. Una semanita movida.

Mi hija está nerviosa, con cada anestesia llega la incertidumbre del despertar. Confiamos en despertar todos los días, esa confianza nos emborracha, nos hace entrar en un coma etílico en donde sólo cabe la apariencia de vivir.

Para vivir no hay que temer, ni pensar, sólo sentir que todo late en la intensidad, que todo se expresa en la intensidad y la tibieza es un engaño en donde hacer esclavos a los hombres.

Vivir lo que uno es, sentir lo que uno es, es conquistarse y ser libre de todo lo que nos condiciona. Salir de la prisión hecha desde que nacemos no es fácil, pero es la única condición posible para conquistar la libertad de ser uno mismo.

Las palabras, los pasos, la transformación es fuego, tierra, aire, agua en su dimensión más absoluta, descafeinar la vida es un suicidio lento, sinuoso, doloroso y al umbral de la muerte asoma la nada vivida. Con la muerte me he tomado unas cañas, la miré y se fue con aspavientos por el todo vivido, de junio del año pasado hasta ahora ha llovido mucho, el todo vivido.

Huele a incienso y mi gato muy gato duerme plácidamente después de un gran banquete.

10 de Octubre de 2012



La niebla acuna la montaña, sólo veo su cima, lo demás se diluye. Es el Monseny que siempre manda en mis horizontes. Parece que mi ventana se ha enamorado.

Este lunes tocaba visita ginecológica, las dichosas células anormales en la matriz y nuevamente, tomar decisiones.

Cada vez que voy al médico, me siento atrapada en una tela de araña, pensé que todo acabó el último día de radioterapia y no es así. Donde el cáncer se fue quedan los daños colaterales sobre un cuerpo y alma cansados. 

Fue todo bien, las opciones eran sencillas, directamente un legrado para una nueva biopsia o tres meses más de tratamiento hormonal, según el médico el tratamiento hormonal era una pérdida de tiempo muy valioso dados  mis antecedentes, así que opté por el legrado directamente. Me sorprendió que no pusiera ningún inconveniente,  muchos médicos saben que los protocolos no son válidos para todos, que cada persona es un cuerpo, una individualidad, hay otros en cambio, que siguen el protocolo médico estrictamente, incluso a sabiendas del riesgo que eso supone para la vida del paciente. En este caso reinó el sentido común y la honestidad. Le agradecí este gesto de generosidad que habló mucho de sí mismo.

El silencio, ese silencio interno, ahí es donde se mecen las emociones en estado puro y en donde las certezas no son necesarias.

Mis pasos son pasos enamorados de la tierra que piso, del agua que bebo, de la música que escucho, del perfume de las flores, mis pasos son pasos enamorados de los abrazos dados y recibidos y de los paisajes que me envuelven. Son pasos dados por mi alma que calza mis pies, el camino y mis pies se funden, son uno, ahí todo vive y se manifiesta en su máxima expresión, donde yo soy.

Mañana toca visita a mi médico radiólogo, revisar las heridas que marcan mi cuerpo.

Las heridas son los calcetines con los que vestir mis pasos. Las heridas hacen memoria de lo vivido. Las heridas me recuerdan que los pasos siguen el camino del alma, ese sendero desconocido que nos conduce directamente a nosotros mismos. Perderse es perdernos. Saber es sabernos. Amar es amarnos. El alma nos expande y la mente nos ahoga.

Con cada prueba, con cada revisión me enfrento a la única realidad posible, el vacío, un espacio en dónde puede suceder cualquier cosa. No esperar nada, permanecer en el vacío, no es fácil. Las respuestas y la acción siempre nacen de uno mismo, las expectativas son absurdas, nos hablan de un futuro y éste no existe, es una idea en donde perder el tiempo y no vivir. Elijo vivir, elijo presente.

Huelo a mirra y mi gato muy gato duerme sobre de mi mesa, me mira sin entender por qué escribo. Él sabe que lo mejor es dormir, me mira con ojos de gato y me siente humana.