21 de octubre de 2011

La claraboya da la bienvenida a la luz de otoño más fría. El sol acorta su camino dando paso a la luna. La buhardilla se llena de tonos lunares.

El miércoles pasado fue mi última sesión de radioterapia. Me despedí del equipo, besos y recuerdos, esperamos que la vida nos dé la oportunidad de encontrarnos fuera del entorno hospitalario.

Sé que ahora es tiempo de recolocar. Es curiosa la vida. Yo que siempre trato de tener perspectiva, he creado puntos de referencia alrededor de mi tratamiento. Ahora que se ha acabado, la vida tiene un matiz distinto, de pronto se abren los espacios, están vacíos, huecos. Es momento de renacer.

He muerto. Cada vez que comparto con mis amigas, soy consciente de lo que se ha muerto en mí.

Bendito el cáncer que ha aniquilado una parte de mi, llena de ausencias, desilusiones, sueños perdidos, ahora ha resucitado una parte que dormía cual bella durmiente, el cáncer fue aquel caballero que besó a la princesa despertándola de su letargo.

He vuelto a la vida, a una realidad vital que necesito como el respirar, ahora es momento de adaptarme.

Es un placer cocinar, unas hamburguesas típicamente holandesas y verduras estofadas con arroz y especias. La cúrcuma airea los aromas de las verduras, tiñéndolas de amarillo.

El lunes análisis de sangre. En un par de semanas visita al oncólogo.

De un plumazo me siento ligera, toda la carga emocional que llevaba a cuestas no existe, ya no está en mi mente, en mi corazón y físicamente no la siento. Es una certeza.

Hablando con mi médico radiólogo el cáncer nos transforma, no sólo a nosotros los que padecemos la enfermedad. Es un efecto dominó desconcertante.

Los sentimientos son abrumadores. La vida sigue mostrándome que palpita, sigo teniendo compañeros de camino, somos una manada, nos reunimos para lamernos las heridas del alma, nos reunimos para compartir el entusiasmo y la alegría de nuestras almas. Los sentimientos perduran.

Las emociones a fuego lento han construido esta enfermedad, liberarlas me ha sanado. Con estas emociones se han construido compromisos falsos, espejismos y mis células, conscientes de sí mismas y de lo que estaba sucediendo, se estresaron. Las emociones matan al corazón. Es preciso liberarlas.

Siento y sólo puedo sentir los pasos tatuados en mi alma, es la intensidad que sólo puede darme la vida y con la intensidad, el equilibro. Sólo puedo andar con los pies del alma y a un nuevo ritmo.

Empecé en otoño y en otoño acabo. Un ciclo. Morir, nacer, crecer, envejecer y nuevamente morir. Me gusta ser árbol. Me gustan los ciclos.

Se han quebrado nuestras entrañas, miro a mi hermana, ha sido un camino salvaje, abrupto. Sólo tengo ganas de abrazarla, arrullarla, mecerla, besarla, es mi hermana.

Hay momentos que golpean y otros besan mi mente, no me preocupa porque la vida viene y me agarra, me zarandea y se apropia de mis certezas.

Sigo amando los destinos inciertos, porque la verdad es uno mismo y el destino sigue calzado en los zapatos del presente.

He puesto ya el edredón en la cama. Hace frío por las noches.

Huele a cúrcuma.

La gata muy gata tiene frio, duerme en mi cama. Me gusta que duerma un rato a mis pies.

5 de octubre de 2011

La claraboya está enamorada del sol y la luna, estampando la luz a topos entre claros y sombras.

Me duele el brazo, me cuesta vestirme, lloro. La herida de la axila definitivamente se ha abierto, vuelvo a cambiar de piel. Mi cuerpo trata de regenerarse, quiere recuperar sus tiempos, pero todavía estamos en período de carencia.

El dolor se ha vuelto una constante, no pienso, me acostumbro. Los músculos agarrotados, ojos hinchados, es la transformación que llega a su final.

El lunes pude estar con A. y su familia, en un afortunado encuentro entre hermanas, heridas en la posguerra. Lejos las unas de las otras, sus lazos emocionales incorruptibles, el brillo de sus ojos, amor emergiendo a borbotones en sus miradas. Yo sólo pude presenciar la escena y sentirme privilegiada.

La enfermedad está consumiendo a una de ellas, pero en su rostro lleno de olvido, el calor de su sonrisa me emocionaba. Una herida en la piel no es más que eso una herida en la piel, una herida en el alma es un abismo temible y un alma perdida en su memoria se le llama alzheimer.

Volverán y compartirán nuevamente conmigo. Sigo agradeciendo a la vida por tanto privilegio.

Apenas puedo conducir, así que nuevamente dosifico mis esfuerzos.

Mi vida sigue su proceso de reconstrucción, como Elías, todo ha tenido que destruirse para ser yo misma.

Pienso en mi abuela, alma de la guerra y la posguerra, ojos que vieron lo que ningún humano debiera haber visto, como otros muchos, almas transeúntes por los abismos de las miserias, pero ahora con más ganas que nunca de ser, vivir y calzar siempre unos zapatos renovados, porque lejos de repudiar lo vivido, lo vivido transita en nuestras venas, dejando huellas invisibles pero profundas de lo aprendido, una vez más el lenguaje de la vida se nos tatúa en las profundidades de nuestra memoria.

Me gusta recuperar la memoria y seguir aprendiendo el lenguaje de la vida, que cada vez me permite estar en paz y ser yo misma, más libre.

Mis heridas corporales son, están y las acepto. Mi alma herida se transforma, realmada con el mismo lenguaje de la vida.

Hablando con mi hija, soy consciente del grado de libertad que goza mi alma, seguiría pagando el mismo precio por estar en libertad, por reconocer lo que soy y liberarme totalmente de reconocimientos ajenos, que más que acercarme me alejan de lo que realmente siento.

No es sencillo andar desde el sentir, porque es muy fácil entrar en las complacencias y deberes. A este mundo le cuesta cobijar almas libres, nos acostumbramos a los roles adquiridos y al control más que a ser uno mismo. Ser es una peculiaridad y responsabilidad.

Cada paso es excepcional porque nos permite estar en el camino más asombroso de la vida, uno mismo.

Me han dado tres días de tregua, no es tiempo suficiente para que mi cuerpo pueda regenerarse. Mañana vuelvo al ataque, me faltan 9 sesiones de radioterapia. Existe la radioterapia de electrones y la de fotones, la mía. Me visitarán en enfermería. Más crema, más ibuprofeno, más paciencia y más fotones.

Mi pelo crece con la rabia de haberse contenido su crecimiento durante casi un año, más fuerte, grueso y rizado, me gusta este cambio.

La gata muy gata me visita por la noche. Es otoño y duerme allí donde le place.

Huele a incienso de benjuí y mirra.