La ventana sigue jugando con el Montseny quizás por esa razón están alegres.
El día 2 de noviembre hace ya dos años que sigo en el
camino de ser y estar sana.
Sigo sintiendo que no quiero la vida que tenía antes
del cáncer, hago balance, no lo cambio, me he reconciliado con partes de mi
misma que jamás hubiera pensado ni que existieran.
-Todo bien, hasta dentro de 6 meses- me dice mi
doctora oncóloga. No puedo evitar llorar. Soy consciente de que cada vez que
voy a visitar a cualquier médico tengo una tensión interna, es un animal
dispuesto a desbocarse. Emociones encontradas
y una mente que quiere estar en
un espacio vacío, un espacio en donde a mi corazón le deja de importar si hay o
no hay cáncer, porque ahora el cáncer y yo nos conocemos.
El cáncer ha medido mis capacidades, llegar a él en un
ejercicio de interiorización ha sido lo
peor, porque yo he contribuido a mi enfermedad. No se puede mal vivir emocionalmente durante 12
años. Me ha costado tomar decisiones pero con ellas ha llegado la calma, la vida y con ella, la lucha contra el cáncer
ha sido un camino hacia la conquista de una nueva libertad, mi identidad.
Sigo en este periplo, hoy me han llamado del hospital,
ya tengo hora para una pequeña intervención, hay que hacer nuevamente una
biopsia de la matriz, esas células anormales no gustan.
La llamada aunque esperada, la recibo con sorpresa,
hay momentos en los que parece que todo termina y no es así. El brazo se sigue
hinchando, el dolor aparece como aquel huésped inesperado y desagradable que
pone el culo en tu casa y no sabes cómo echarlo. Despierta ese nervio conocido en el estómago, ese
nervio que no quiero que despierte nunca, porque ahí está dispuesto a desbocarse
en cualquier momento.
La doctora oncóloga es médico suplente, señala,
educadamente, que no me tomo el tamoxifeno, es una hormona que inhibe los estrógenos,
pero sus efectos secundarios en muchos casos son permanentes, la estadística no
la tengo clara, sin información los pacientes lo tenemos muy difícil a la hora
de decidir qué hacer. Lo razonable es que a estas alturas se informe con cierta
objetividad, en el cáncer no todo vale. Los tratamientos dejan secuelas, en el
caso del cáncer de mama, se empieza a hablar de fibromialgia entre otras cosas.
No, señores, con el cáncer no todo vale. En mi caso ha primado mi sobrepeso, así
que sin estresarme es mi objetivo, reducir de peso a medio plazo. Sigo con mi tratamiento homeopático, todo ayuda, incluida la dieta. Nos olvidamos que los pacientes somos los protagonistas y podemos hacer mucho por nuestra salud.
Hay momentos en los que siento que me pierdo y mirar
atrás me recuerda lo que no he sido capaz ni de ser ni de vivir. Sigo viéndome
nuevamente en el hospital de día, con una intervención de anestesia general sin
ingreso, post operatorio en casa, pero todo distinto. No es el día de la
marmota.
Las emociones siguen siendo mi brújula, son la
certeza de que en mis venas hay pólvora que estalla en cada latido y en cada
latido hay un nuevo amanecer, una nueva
sensación. Día a día descubro el lenguaje de la vida, me alegra habernos
casado, más que casarnos, la vida y yo estamos en simbiosis, no entendemos ser
y estar de otra manera.
Donde seguía calzándome, ahora sencillamente la vida y
yo estamos despojadas de todo aquello que teníamos, la vida y yo estamos
desnudas, andando, sintiendo que todo brilla y se apaga al mismo tiempo, que
todo muere y renace al mismo tiempo. Querer, pretender un destino es absurdo,
porque el destino es uno mismo. En la vida existen muchas estaciones, he
decidido no parar en ninguna, porque en el camino del eterno presente, en el
eterno ahora, todo tan vacío, es donde todo sucede.
Más que recordar, vivo el presente con mis cicatrices
y tatuajes. Las cicatrices abiertas son malas compañeras. Vivo a través de lo
vivido, siento a través de lo sentido. He muerto para vivir y vivo para morir.
Huele a incienso de mirra y mi gato muy gato duerme plácidamente.