21 de diciembre de 2011

Hoy la claraboya tarareaba la luz, ráfagas de notas que se suspendían algunas, otras levitaban, posándose tranquilamente por toda la buhardilla. Hoy equinoccio de invierno, el día más corto y su luz intensa lo delataba.

Ayer visita rutinaria con mi patóloga mamaria, regresé a casa con una gran dosis de factor humano en mis venas. Sus ojos, sinceridad y espontaneidad, dignifican un trabajo difícil, lleno de muchas sombras.

Bendito este superado cáncer, cada día le doy las gracias a esta enfermedad porque lejos de separarme de la vida, me ha unido a ella en completa simbiosis.

Mi doctora, delgada, flexible y de ojos brillantes tras sus gafas, destila confianza y grandes dosis de empatía. Sabe que este proceso me ha enseñado mucho, quizás lo que no sabe es que ha sido el gran maestro de mi vida, enseñándome más de mí misma que los cuarenta y un años restantes.

Palpó la zona, el dolor me acompañó todo el día. No importa. Siento que el dolor es buen compañero. Un tumor maligno suele ser indoloro en la mayoría de los casos.

Próxima revisión: a finales del año que viene.

Pensar en la falsa ilusión del mañana, es volver a lo viejo, a necesitar saber lo que el alma ya conoce, el camino está dentro. Los fueros lejos de reducirse son vastos e ilimitados, así es sentir, así es caminar dentro de uno mismo.

En mi mente, siguen cruzando las palabras que, más vivas que nunca, son escarcinas y agujas llenas de tinta en donde tatuar mi Itaca.

Escucho dos temas de God is an Astronaut, Twilight y Post Mortem.

Miro hacia atrás y todo ha cambiado para seguir transformándose, soy un gusano, crisálida y mariposa, ahora es tiempo de nuevamente volar y nuevamente morir, para volver a ser en esencia.

Es una alegría que mi doctora se sorprendiera, a mí también me sorprende que mi pelo crezca fuerte.

Por el momento el dolor no es preocupante, es un proceso natural, la zona ha estado machacada con radioterapia. ¿Tendré paciencia?

Mi cabeza hierve, tengo ganas de poner muchos aspectos de mi vida en orden, pero no puedo ir contra corriente, fluir es esencial. Si miro alrededor, no sólo son mis aspectos, sino los de toda mi familia los que se ponen en orden.

Una fuerza que reconozco de otros tiempos palpita en la vida que llena mis arterias, una fuerza de furor imparable, aquel minotauro blanco y sincero, lleno de poder, se expresa desde mis entrañas y trota. Aquel minotauro que nunca bebió sangre, porque aquel animal salvaje que la bebió, lo transformó el cáncer, devolviéndole la esencia.

Vuelvo a tricotar, los movimientos de las manos me relajan, sentir como mis manos juguetean con los hilos, me recuerda lo lejos que está Penélope de mi alma, quizás nunca existió, decidí inventarla para excusar mis renuncias que casi acaban con mi vida. La vida no espera, sigue y fluye. La vida no espera porque si esperas puede descuartizarte, despedazarte y cuando despiertes, te sentirás perdido porque lo habrás perdido todo.

Hoy es la noche más larga, la luna que transita por los cielos, recordándome que, como ella, soy mujer, soy las trece lunas de cada año, con cada luna una parte de mí se desprende, un nuevo hueco, un nuevo espacio en donde un nuevo sentimiento se aposenta, donde una nueva intensidad se expresa.

Exploro, navego, observo, siento, abrazo, beso, siento la vida. Cada día es un mundo nuevo.

Me han aconsejado adelgazar más, creo que lo más sensato es ordenar las comidas y hacer deporte, esto va a enfrentarme al dolor.

Dentro de poco toca hacerme una nueva mamografía, será lo que realmente dictamine que todo está limpio, es el certificado de penales tumorales. Sé que todo está bien, sea lo que sea todo está bien. Si hay algo que he aprendido es que la vida no se acaba en un diagnóstico, sino que realmente empieza.

Mi destino ahora es incierto, las certezas para quien quiera vivirlas, abrazo la vida desde la incertidumbre, así es donde mejor me expreso, ahí es donde me siento verdadera. Dar por supuesto sentimientos e identidades, son falacias que nos otorga el miedo, la certeza es la propia incertidumbre que nos mide la capacidad de sentir nuestros abismos, llenos de luces y sombras, y nos mide la capacidad de expresar todo lo que sentimos.

Los peldaños se suben, se bajan o bien nos sentamos en ellos esperando nuestro momento.

La tibieza no es mi naturaleza, todavía sigo sorprendiéndome.

Huele a incienso de lavanda.

La gata muy gata duerme en el sillón, me mira. Sé que el sillón es suyo, yo simplemente le pido permiso para sentarme de vez en cuando. Hemos pactado los tiempos.

12 de diciembre de 2011

La claraboya esparrama la luz ya con matices invernales, es una luz llena de frío que se esparce por toda la buhardilla.

Expresarse es vivir. Lo importante es hacerlo, no recluir los sentimientos y emociones en una habitación oscura donde en realidad no duermen, se agazapan, se friccionan, se hacen grandes, se agitan y acaban saliendo con virulencia. Expresarse es un ejercicio que nos honra, porque expresar lo que uno vive dentro de sí mismo es desnudar el alma, nuestro todo.

No quiero protegerme más, no quiero que mi sentir más profundo acabe siendo un caballo desbocado, porque no tengo capacidad de dominarlo, es un caballo que me domina y me hiere, porque con el tiempo termino cayendo en un abismo de difícil salida.

Sé que los momentos de sosiego los llevo conmigo, porque la normalidad es fugaz en una vida llena de movimiento como la mía, sin puntos de referencia.

Sigo despidiendo aquella parte de mí que pesa, porque las cargas emocionales son tediosas de llevar, es un proceso que lejos de dolerme me llena de melancolía, me cuesta entender no vivir lo que uno está sintiendo, como si la vida tuviera que pararse y ponerse en modo “stand by”. No, yo no, sigo andando en ese camino que soy yo misma, en esa eterna conquista de mi propia Itaca interior.

El miércoles nuevamente otra revisión, esta vez la patóloga mamaria, ella me dio la noticia. Qué lejos queda todo y qué cercano está lo vivido, son marcas hechas con la más bella escarcina. Cicatrices que duelen cuando cambia el tiempo, que duelen cuando mi brazo carga peso, cicatrices que llenan mi corazón sondeando caminos nuevos hacia lo que soy realmente.

La normalidad es maravillosa y con ella da comienzo una nueva etapa.

Los zapatos ya no son los que calzaba, ahora a veces me duelen los pies, es una simple cuestión de adaptación entre pie y zapato. El camino sigue estando lleno de posibilidades y probabilidades. Tengo muchos sentimientos que vivir y andar.

Cocino, lavo los platos, voy a comprar, lo que en otro tiempo eran obligaciones cansinas, el cáncer me imposibilitó hacerlas, ahora es un placer y tomo el tiempo necesario para los quehaceres cotidianos, sin prisas, disfrutando de las conversaciones en el supermercado. Los velos de la realidad cotidiana los ha borrado el cáncer y eso es lo que más me alegra, ahora todo tiene ese punto de magia.

Nos circundan verdaderos anestésicos emocionales, el sentir nos conduce a latir con la vida misma, en palabras es difícil, porque el sentir trasciende las palabras, los colores, el sonido, las texturas, el sentir es una proeza y vivir esa magia es dejar que la vida que duerme en nosotros mismos se exprese.

Las palabras mueren cuando son sencillamente palabras, conjuntos de letras con cierta coherencia que tatúan un papel, pero son aquellas palabras, las palabras que viven en el sentimiento, que se agobian ellas mismas por no dar el sentido real de lo que palpita en ellas mismas, son esas palabras, las que me construyen y son las que me hacen vivir en el fuego, en el agua, en el aire, en la tierra, son las palabras que brotan de la esencia misma. Las palabras acaban siendo las texturas de mis sentimientos y de mi propio camino. Es momento de andar sin zapatos ni calcetines, que el dolor y el placer sean los propios del camino y no de calzar zapatos.

Hoy el dolor ha sido intenso y me ha costado levantarme.

Hace frío.

La normalidad está siendo un bálsamo para todos, nos está apaciguando y en casa hay cierto grado de armonía. Me gusta y no quiero apegarme.

Humea el incienso de lavanda y la gata se ha vuelto a instalar en la buhardilla.

21 de noviembre de 2011

Estos días la claraboya sincroniza luz con lluvia, parece que eso calma el ánimo de la buhardilla, acentuando nuevas visiones llenas de vibraciones distintas.

Disfruto cocinando como una loca, es una de las cosas que más agradezco. Todavía recuerdo que, aunque con sabor muy cambiado, disfrutaba de los tomates y alcachofas en plena quimioterapia. Ahora les agradezco a estas verduras su compañía y poder comerlas sin las náuseas que me provocaban el resto de hortalizas.

El brazo lo sigo teniendo resentido, mi oncólogo me dijo que debía concienciarme, iba a convivir con el dolor durante unos meses. Aunque a veces es intenso, no se porta tan mal, quizás ya llevo un año a cuestas de costumbres y convivencias con esta parte que ahora es una suerte de eco.

La vida es un compromiso con uno mismo y no la vida de uno mismo comprometida con los demás, esta segunda opción es la más sencilla, porque invita a no moverse, a no ser honesto, a fingirse y ausentarse uno mismo del sentimiento que la vida nos ofrece. La primera opción en apariencia es más compleja porque si uno se compromete realmente consigo mismo, está comprometido desde la más absoluta responsabilidad, desde ese sentimiento tan profundo que nos une a la vida, la coherencia.

Siento que la vida y yo somos.

Uno ha de tomar sus propias decisiones sin autoengaños, porque nuestros actos a veces quieren enmascarar y tapar aquello que los rige, en realidad cualquier acto nos delata porque muestra qué principios son los que actúan, propios o ajenos. Todo es más sencillo, la vida es el arte de sentirla desde la más absoluta coherencia. No nos tenemos que preocupar porque la vida viene y nos atrapa.

Las formas no son más que etiquetas, cajones en donde clasificarnos, en donde darnos valores muy humanos pero muy limitados a lo que somos y con ello, la limitación de ser auténtico y de romper con lo establecido. Las formas nos impiden vivir con autenticidad, están ligadas a lo aparente, a ese reino de tanto tienes tanto vales. Yo apuesto por, tanto sientes tanto vales.

Pronto llegará mi visita a mi radiólogo y a mi patóloga mamaria, fue ella quien me dio la noticia hace ya más de un año.

Todo va quedando atrás, este periplo se ha tatuado en mi alma como una experiencia más, otro momento que forma parte de mi alma y que me ha ayudado a estar más unida a la vida. Ahora faltan aquellos restos, quizás lo último y lo primero en lo que se me antoja una etapa nueva. Es el sol y la luna de otoño.

Ahora que la vida me sigue atrapando, transito por nuevas luces y sonidos desde la confianza de que nada queda lejos, que lo que somos es lo que llevamos siempre a cuestas y lo que tenemos es lo que dejamos.

La parte que mejor llevo, además de cocinar, es la de salir, me encanta respirar el aire fresco, pisar las hojas secas, que como dice Havalina, sólo pueden caer, saborear los colores y palpar los matices de este otoño tan especial y nuevo.

Ahora nadie puede decirme lo que tengo que hacer, así que no hay excusa alguna para sentir aquello que hago, quizás más profundamente de lo que había pensado.

La gata muy gata duerme en el sillón a ratos, me mira con aire otoñal.

Huele a incienso de ruda, romero y albahaca.