21 de noviembre de 2011

Estos días la claraboya sincroniza luz con lluvia, parece que eso calma el ánimo de la buhardilla, acentuando nuevas visiones llenas de vibraciones distintas.

Disfruto cocinando como una loca, es una de las cosas que más agradezco. Todavía recuerdo que, aunque con sabor muy cambiado, disfrutaba de los tomates y alcachofas en plena quimioterapia. Ahora les agradezco a estas verduras su compañía y poder comerlas sin las náuseas que me provocaban el resto de hortalizas.

El brazo lo sigo teniendo resentido, mi oncólogo me dijo que debía concienciarme, iba a convivir con el dolor durante unos meses. Aunque a veces es intenso, no se porta tan mal, quizás ya llevo un año a cuestas de costumbres y convivencias con esta parte que ahora es una suerte de eco.

La vida es un compromiso con uno mismo y no la vida de uno mismo comprometida con los demás, esta segunda opción es la más sencilla, porque invita a no moverse, a no ser honesto, a fingirse y ausentarse uno mismo del sentimiento que la vida nos ofrece. La primera opción en apariencia es más compleja porque si uno se compromete realmente consigo mismo, está comprometido desde la más absoluta responsabilidad, desde ese sentimiento tan profundo que nos une a la vida, la coherencia.

Siento que la vida y yo somos.

Uno ha de tomar sus propias decisiones sin autoengaños, porque nuestros actos a veces quieren enmascarar y tapar aquello que los rige, en realidad cualquier acto nos delata porque muestra qué principios son los que actúan, propios o ajenos. Todo es más sencillo, la vida es el arte de sentirla desde la más absoluta coherencia. No nos tenemos que preocupar porque la vida viene y nos atrapa.

Las formas no son más que etiquetas, cajones en donde clasificarnos, en donde darnos valores muy humanos pero muy limitados a lo que somos y con ello, la limitación de ser auténtico y de romper con lo establecido. Las formas nos impiden vivir con autenticidad, están ligadas a lo aparente, a ese reino de tanto tienes tanto vales. Yo apuesto por, tanto sientes tanto vales.

Pronto llegará mi visita a mi radiólogo y a mi patóloga mamaria, fue ella quien me dio la noticia hace ya más de un año.

Todo va quedando atrás, este periplo se ha tatuado en mi alma como una experiencia más, otro momento que forma parte de mi alma y que me ha ayudado a estar más unida a la vida. Ahora faltan aquellos restos, quizás lo último y lo primero en lo que se me antoja una etapa nueva. Es el sol y la luna de otoño.

Ahora que la vida me sigue atrapando, transito por nuevas luces y sonidos desde la confianza de que nada queda lejos, que lo que somos es lo que llevamos siempre a cuestas y lo que tenemos es lo que dejamos.

La parte que mejor llevo, además de cocinar, es la de salir, me encanta respirar el aire fresco, pisar las hojas secas, que como dice Havalina, sólo pueden caer, saborear los colores y palpar los matices de este otoño tan especial y nuevo.

Ahora nadie puede decirme lo que tengo que hacer, así que no hay excusa alguna para sentir aquello que hago, quizás más profundamente de lo que había pensado.

La gata muy gata duerme en el sillón a ratos, me mira con aire otoñal.

Huele a incienso de ruda, romero y albahaca.

2 de noviembre de 2011

Hoy la claraboya estaba radiante, expandía su luz por todos los poros de este ser viviente que es la buhardilla.

Hoy dos de noviembre es un cruce de destinos, hace un año mi designio lo tatuó un diagnóstico, ha sido un año de lluvias, soles, nubes, polvaredas, fuegos hasta hoy. Nuevamente hoy mi destino es otro, ya no hay cáncer desde la última tumorectomía, en el mes de mayo, ahora todo es incierto puesto que mi transformación está siendo total y todo es nuevo para mí.

Mi alma más tatuada que nunca por destinos inciertos, que las huellas y mis pasos van labrando, esculpiendo mi mundo propio sin horizontes en dónde permanecer. Al igual que las palabras tatúan las hojas en blanco, la vida nos tatúa y transforma. Ayer celebré mi propia muerte, aquella mujer atrapada en su cueva, en sus miedos tuvo que abandonar una calidez y seguridad que quemaba el alma hasta matarla, para enfrentarse a algo tan desconocido como el cáncer.

En ese tumor habitaban miedos, angustias, resentimientos y mi reflejo se labraba en la mirada de ojos extraños y no los propios.

El tiempo hilvana falsamente una tela de araña, en donde fijarnos en el pasado o en el futuro, el presente es el gran ausente, la vida nos desposee del más preciado “presente”, es la gran joya, allí se sucede todo, el presente es una síntesis de todos los tiempos, no hay presente sin pasado, no hay futuro sin presente.

Aquel dos de noviembre fui consciente de lo lejos que estaba de mi presente, ahora tampoco estoy tan cerca, pero juego y sé que mi presente es único. Dejarlo pasar es despedazar mi alma.

Mis pies siguen cincelando el camino, tatuando nuevas huellas en mi piel, porque yo soy el propio camino.

Hoy la vida me abre puertas y ventanas por donde penetra el aire fresco, otra vez sin puntos de referencia, siempre hacia la transformación. Vestida de la vida misma.

Estos días de fiesta he visto al mar devorar arena de la orilla y levantar espuma blanca, la niebla que provenía de la intensidad de sus olas aderezaba la luz, el matiz y su sonido reflejaban las emociones desbordadas, así mi alma se fundía con este mar tan propio como el Mediterráneo y la Costa Brava hacía honor a su nombre. Liberé mis emociones, las gaviotas anunciaban una nueva forma de volar. Me sentí hermana de Juan Salvador Gaviota.

Cociné un par de empanadas, una de atún y otra de carne. No quedó nada. Todos se chuparon los dedos.

No quiero recuperar la normalidad, quiero recuperarme a mí misma y con ello el pulso que late en mí, siendo yo una con la vida.

Ahora llegan días de revisiones y de pasar la itv propia de los que hemos padecido esta enfermedad.

El pelo crece con fuerza, ganas y rapidez, realmente mi cuerpo consciente de sí mismo recupera el tono físico rápidamente.

¿Qué tiene el otoño? Todo empieza y todo acaba en él. Quizás soy más árbol de lo que pienso, el otoño es un buen momento de renovación. Todo está en el lugar que le corresponde, es el lenguaje de la vida, es el otoño.

Siguen cayendo las hojas de los árboles, las calles yacen vestidas.

Huele a castañas asadas, boniatos y panallets.

La gata muy gata descansa en el sillón, se siente cómoda bajo la luz de otoño.