20 de marzo de 2012

La claraboya sigue tamizando la luz. La buhardilla y yo sentimos nostalgia, pero sabemos que ahora es un tiempo nuevo, lleno de transformación para las dos. Es primavera.

La luz del sol irrumpe por una puerta de cristal. Destellos anaranjados penetran hasta introducirse en mis venas.

Dar, magnífica palabra, dar aquello que late en mis venas, ese sentido genuino y profundo de ser, de entregarme a la vida, simple y tan difícil de entender.

El cansancio sigue estando, dosifico mis energías. El dolor es harina de otro costal, en los cambios de tiempo la dieta del día lleva suplemento de analgésicos.

Dar de forma desnuda no siempre se comprende, uno recibe en función de los condicionamientos, así es que dar amor se convierte en una gesta, dar sin más, desde la libertad total de uno mismo, con el alma vestida de alma propia.

Es una lección pendiente, hemos de romper muchas cuerdas que nos atan, porque el valor de nosotros mismos no se mide en función de lo genuinos y libres que seamos, somos valorados en función de los condicionamientos. La libertad que debiera ser un hecho es una asignatura pendiente.

El corazón late, se sincroniza con el lenguaje de la vida y la muerte. Es la muerte que despide lo sucedido, despojándolo de dolor y tatuando la experiencia como tal, desnuda de todo, absoluta. Somos absolutos dispersos en la ilusión del tiempo.

Cada latido es una llamarada.

Mis sensaciones en este renacimiento son extrañas, pero alentadoras, la vida respira, inspirando y exhalando en sincronía, más allá de la vida y la muerte.

El fuego me recuerda el amor intenso que late y se esparce dinamitando los sentidos, haciéndolos presa de un nuevo despertar.

Disfruto cocinando, perfumando la casa con especias, descubriendo la cocina vegetariana y tradicional.

Ahora soy un camino distinto, lleno de afectos y soledades, las adversidades son aquellas que la mente quiere hacerme creer, conceptos falsos.

Existe una respiración en la invisibilidad, es la respiración de la vida y muerte juntas, son los zapatos que calzo, o bien es mi piel hecha de vida y de muerte, yo en una transformación constante.

Qué más da la lluvia en mis ojos, qué más da si azuza el viento en mis venas, que más da si el fuego escupe mi respiración o si mis pensamientos son arena de horizontes falsos, que más da porque soy camino, alma tatuada, alma surcada, desde el más absoluto sentir.

Siento la intensidad de las palabras, selladas con el fuego de las letras, configurando un tapiz dorado, palabras escanciadas de absoluto sentido, enhebradas desde una mente de corazón desnudo. Son la coherencia que me permite ser desde lo absoluto, desde la intensidad de cada paso a un espacio sin horizontes, porque al fin y al cabo yo soy mi propio horizonte.

Huele a curry y la gata muy gata piensa en mí, creo que no estar juntas nos llena de nostalgia. Pronto será tiempo de cerezas.

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