Estos días la claraboya sincroniza luz con lluvia, parece que eso calma el ánimo de la buhardilla, acentuando nuevas visiones llenas de vibraciones distintas.
Disfruto cocinando como una loca, es una de las cosas que más agradezco. Todavía recuerdo que, aunque con sabor muy cambiado, disfrutaba de los tomates y alcachofas en plena quimioterapia. Ahora les agradezco a estas verduras su compañía y poder comerlas sin las náuseas que me provocaban el resto de hortalizas.
El brazo lo sigo teniendo resentido, mi oncólogo me dijo que debía concienciarme, iba a convivir con el dolor durante unos meses. Aunque a veces es intenso, no se porta tan mal, quizás ya llevo un año a cuestas de costumbres y convivencias con esta parte que ahora es una suerte de eco.
La vida es un compromiso con uno mismo y no la vida de uno mismo comprometida con los demás, esta segunda opción es la más sencilla, porque invita a no moverse, a no ser honesto, a fingirse y ausentarse uno mismo del sentimiento que la vida nos ofrece. La primera opción en apariencia es más compleja porque si uno se compromete realmente consigo mismo, está comprometido desde la más absoluta responsabilidad, desde ese sentimiento tan profundo que nos une a la vida, la coherencia.
Siento que la vida y yo somos.
Uno ha de tomar sus propias decisiones sin autoengaños, porque nuestros actos a veces quieren enmascarar y tapar aquello que los rige, en realidad cualquier acto nos delata porque muestra qué principios son los que actúan, propios o ajenos. Todo es más sencillo, la vida es el arte de sentirla desde la más absoluta coherencia. No nos tenemos que preocupar porque la vida viene y nos atrapa.
Las formas no son más que etiquetas, cajones en donde clasificarnos, en donde darnos valores muy humanos pero muy limitados a lo que somos y con ello, la limitación de ser auténtico y de romper con lo establecido. Las formas nos impiden vivir con autenticidad, están ligadas a lo aparente, a ese reino de tanto tienes tanto vales. Yo apuesto por, tanto sientes tanto vales.
Pronto llegará mi visita a mi radiólogo y a mi patóloga mamaria, fue ella quien me dio la noticia hace ya más de un año.
Todo va quedando atrás, este periplo se ha tatuado en mi alma como una experiencia más, otro momento que forma parte de mi alma y que me ha ayudado a estar más unida a la vida. Ahora faltan aquellos restos, quizás lo último y lo primero en lo que se me antoja una etapa nueva. Es el sol y la luna de otoño.
Ahora que la vida me sigue atrapando, transito por nuevas luces y sonidos desde la confianza de que nada queda lejos, que lo que somos es lo que llevamos siempre a cuestas y lo que tenemos es lo que dejamos.
La parte que mejor llevo, además de cocinar, es la de salir, me encanta respirar el aire fresco, pisar las hojas secas, que como dice Havalina, sólo pueden caer, saborear los colores y palpar los matices de este otoño tan especial y nuevo.
Ahora nadie puede decirme lo que tengo que hacer, así que no hay excusa alguna para sentir aquello que hago, quizás más profundamente de lo que había pensado.
La gata muy gata duerme en el sillón a ratos, me mira con aire otoñal.
Huele a incienso de ruda, romero y albahaca.