Luce el sol entre las nubes. La
montaña, húmeda por la lluvia, parece no importarle el calor.
Hoy es de esos días que la sed de escribir es implacable,
hoy una persona maravillosa ha subido en
el tren nocturno de la vía láctea.
Honesta, sincera, con el
cáncer a cuestas, la vida no puede ser aplazada y eso las dos lo sabíamos.
Perdimos el pelo, nos dejamos la cabeza al aire sin miedo al qué dirán.
Sabíamos que con cada quimio nuestros sentidos cambiaban y nunca sabíamos hasta
cuándo. Aceptábamos lo que venía, el
cáncer fue un caballo desbocado, no dio
tregua y la vida siguió midiéndonos la capacidad de vivir.
Ser intenso implica ser un enfermo, un excéntrico o un anti social. Ser
intenso es ser mucho más humano y más libre.
He comido una sopa muy caliente. Mi hija tiene ganas de que haga croquetas.
Disfruto de la cocina, es una forma de dar, cuidar y expresar lo que siento. Hoy la sopa rezumaba tristeza.
El cáncer saca de ti la mejor versión,
a veces algunos enfermos le damos las
gracias. Es así, con la enfermedad sacamos esa parte que hibernaba desde hacía
mucho y, por miedo u otras circunstancias, no nos permitíamos expresar.
Sí me siento triste, pero sé que Esperanza era de pocas tristezas, porque
ya teníamos bastante con el dolor y estar con una agenda repleta de visitas al
hospital.
Todos tarde o temprano viajaremos en ese tren, hacia la vía láctea, un viaje a otra realidad, un lugar llamado muerte.
Todos tarde o temprano viajaremos en ese tren, hacia la vía láctea, un viaje a otra realidad, un lugar llamado muerte.
Yo no tengo el alta, me faltan cinco años más, a veces tengo miedo, otras
confío, pero una sombra siempre va conmigo.
Hoy tengo fiebre, estoy resfriada, pero eso no es excusa, nada es excusa,
vivir no puede aplazarse, ni la vida
puede aplacarse. Muere lo que más vive.
A veces me pregunto si el camino que ando es el correcto, si escribir es lo
correcto, las respuestas son silencios que llena la vida.
Huele a té con bergamota.
Mi gato muy gato duerme a mis pies.