La claraboya me ha echado de menos, ha susurrado luz en la buhardilla, despertándome casi al mediodía.
Estos días me he despertado en una habitación de hotel, con un balcón tapizado con los colores de la selva, palmeras y plantas de hojas espectaculares. La luz brillaba de forma diferente, era la Riviera Maya.
Ha sido un viaje improvisado, he ido de la mano de un maravilloso ser A. y su hija, ambas queríamos romper y liberarnos de cargas.
El viaje fue toda una aventura, casi dos días, un autobús de Barcelona a Madrid, viajando toda la noche, sintiendo que la distancia física tensaba mi corazón, algo debía romperse. Llegamos pronto por la mañana y luego un avión de Madrid a Cancún, más distancia y más tensión en el corazón, pero la carga emocional iba desvaneciéndose.
Lo más increíble fue el sibul o caracolillo en plena flor, nos perfumó el alma, transformándola, de olor dulce, picante, con fondo de madera, también llamado el ébano amarillo, su fragancia permanece como algo mucho más profundo que el pensamiento. Sentí que de alguna manera pertenecía a aquel lugar, fue impactante.
Todos vivimos pero sólo el recuerdo de los que han vivido con el tiempo que la vida ha dado permanece, porque sólo se puede vivir habiendo amado, y todos hemos tenido aunque sea un instante de amor, así que todos hemos vivido en algún momento de nuestra vida, pero hay muchos que viven muertos, porque la vida en esencia les pasa desapercibida, son los que tienen miedo a entregarse al amor, a todo aquello que aman.
Los mosquitos se tomaron un buen banquete a costa de mi sangre algo tóxica, pero me sorprendió llevarlo bien.
Las risas y la cara feliz de mis hijos fue un regalo sin precio que permanece en mi corazón.
Disfruté de la comida, pensé en la báscula, pero el guacamole, la carne de res, como ellos la llaman, el picante, todo una maravilla para un paladar duramente anestesiado por la quimioterapia. Resucitó mi sentido del gusto.
Nadamos con los delfines, toda una experiencia, llena de respeto por la naturaleza, fue pura magia, el mar caribeño con su matiz turquesa, la lluvia cálida y los delfines, ni en sueños. La vida está demostrándome que palpita con una intensidad que a veces me desborda, pero es así, porque no hay nada más bello que sentirse atrapado por un ahora infinito lleno, colmado de regalos que sólo la vida puede entregarnos.
A. y yo lloramos, reímos y sentimos cómo se liberaban nuestros corazones, sentimos la libertad de ser, sin cuestionarnos nada, sin pensar en nada más que ser sinceras con nosotras mismas. Es la verdad que vive en cada uno de nosotros, profunda, insondable, esencia de lo que somos, pero que tanto trabajo nos da taparla, ensordecerla y enmudecerla, lo que de verdad somos es un sentir que palpita con la vida.
El árbol es, sin cuestionarse nada de sí mismo, porque un árbol es en esencia pura lo que el ser humano es para sí mismo, quizás el árbol no tenga unas neuronas como las nuestras, pero tendrá su propia conciencia de sí mismo, incuestionable.
El ser humano se cuestiona a sí mismo porque no se cree lo que es en sí mismo, esencia.
Me acordé de C. que vive en México DF, el brillo especial de sus ojos, sus facciones, tan llena de amor y entrega.
Me sentí atrapada por su gente, así es Cancún, así es México, tiene la capacidad de enamorarte, por muchas dificultades que tengan sus ciudadanos, su sentir es sincero.
El viaje de vuelta fue divertido, mi alma lejos de volver dividida, creció, porque en mí crecen muchas tierras y una de ellas es la tierra de los mayas, de los chamanes, la selva, su océano, su ir y venir, y lo más importante su sentir.
Danzo con las calaveras sin miedo, porque muerte y vida se convierten en la esencia de la vida, insondable, inconmensurable, inabarcable, porque más allá de lo aparente palpita la esencia.
Las ruinas de Tulum son impresionantes, su conservación y ubicación en la misma playa las dotan de un aura especial, hipnotizadora, uno puede imaginarse todo lo que allí se cocía, fue la residencia de los hombres sabios, un lugar de recogimiento y descanso. Maravilloso. Están dedicadas a venus, a la muerte y la vida, al ciclo de la vida.
Huelo a sibul.
La gata muy gata me ha echado de menos, danza en mis pies, buscando encontrar quizás, alguna flor de sibul o caracolillo. Me mira y sabe que he cambiado, lo comprende, es una gran gata sabia, me sigue sorprendiendo.
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